dimarts, 12 de març del 2013

Eldmen: La búsqueda de los Yrlions (2)

Capítulo II: Destino


Alfesel llegó al centro del pueblo buscando la posada antes nombrada por el guarda, se encontraba en la plaza central donde se reunían comerciantes de la comarca para vender sus artículos y productos. Alfesel se paró al lado de un gran roble que se ubicaba en el centro de la plaza. Al lado de ese viejo roble había un mercante, ya de larga edad, que vociferaba en común, con acento un tanto extraño, que en su parada se hallaba el mejor acero de todo el sur de Oriernalds:
- Muchos ejércitos desearían tener este acero para librar sus batallas!!!
- Acérquense mis señorías, pues mis productos son de la más alta calidad!!!
El viejo anciano seguía anunciando sus productos, pero lo máximo que conseguía era atraer a mirones, que después no compraban nada. Alfesel sintió curiosidad pues el hombre sonaba convencido de que vendía el mejor acero de todo el sur, así que decidió acercarse a echar un vistazo a la parada de aquel humilde mercante de pelo ralo y canoso. Cuando estuvo delante de su parada esperó al viejo comerciante mientras éste despachaba a un cliente que lo estaba tratando de embustero:
- ¿Pretendéis venderme este acero mal forjado? ¿Acaso te pensabas sucia rata que no veo que la mayoría de tus artículos están mellados u oxidados?
Alfesel miraba la situación, aquel hombre con matices de mercenario exageraba con creces, cierto era que el acero no era de la mejor calidad, pero tampoco eran restos recogidos tras una batalla…
El viejo comerciante miró al hombre que tenía plantado delante de él y con gestos de aprobación le expresó:
- Veo que sois un hombre que entiende, le enseñaré uno de mis mejores artículos.
Éste se agacho y sacó arrastrando un baúl: 
- Aquí sólo guardo los artículos más lujosos, pues únicamente los compradores más exigentes son merecedores de verlos.
El cliente miraba con impaciencia y cierto recelo al viejo mercante, éste miró a Alfesel y dijo: 
- Seguro que sacará más baratijas, como la morralla que tiene aquí, no me quedaré a esperar para ver más mierda...
Dicho esto escupió en el suelo y se fue, Alfesel observó al comerciante y este se percató de su presencia:
- ¡Ohhh! veo que vos si tenéis interés en mis productos joven señor!
-¡Acercaos, acercaos! - Exclamó el mercante mientras sacaba una llave de su bolsa.
Alfesel se acercó, mientras veía como el mercante abría el baúl y sacaba uno de los artículos que ocultaba dentro:
- Mirad esta daga, está hecha con el mejor de los aceros de todo el imperio, forjada en los fuegos de las montañas del norte. La empuñadura está hecha con las maderas nobles del sur, de los bosques de ébano.
Alfesel miró la daga que el viejo le mostraba pero él no necesitaba armas nuevas; su padre forjó para él las dos dagas gemelas con acero de las minas de Edril.
- No gracias no busco una daga ni mucho menos un arma, sólo sentí curiosidad por ver sus artículos – Comentó Alfesel al viejo mercante, mientras éste aún seguía describiendo el arma.
- ¿No os interesa? Tengo muchos más artículos que seguro si le convencerán.
- Mire, mire - Exclamó el mercante mientras se agachaba para sacar su siguiente artículo.
Esta vez sacó del baúl una espada corta cuya empuñadura estaba hecha con hierro negro y tenía una runa grabada en la parte central. Alfesel miró la runa y preguntó al viejo mercante si se trataba, realmente, de una de las 8 espadas del antiguo reino Enano.
- Sólo es una réplica - Expresó el mercante - Pero le aseguro que está hecha al mínimo detalle, incluso fue forjada con los métodos de los herreros enanos – Dijo afirmando completamente convencido.
Alfesel miró al viejo y le dijo que no, que no le interesaba.
El comerciante se agachó rápidamente para coger otro artículo, antes de que su cliente marchara.
Alfesel mientras tanto, miró los demás artículos que el viejo tenía detrás de él colocados en un par de estantes donde había distintos tipos de armas y en tres barriles que contenían bastantes espadas y vainas entre otras. El mercante ya había sacado otro artículo, esta vez era un mayal, y se puso a explicar las cualidades de dicha arma pero Alfesel estaba mirando una funda desgastada que el mercante tenía apoyada contra uno de los estantes. La funda tenía una espada dentro cuya empuñadura parecía oxidada y la vaina también estaba en un estado lamentable. 
Era una espada muy larga, y aunque tuviera la empuñadura herrumbrosa, denotaba haber sido una gran arma, pensó Alfesel mientras el mercader le insistía en que comprara el mayal que en aquellos momentos le mostraba:
- Su precio es muy razonable; seguro que os interesa - Dijo el viejo mientras depositaba el mayal sobre el estante.
- No gracias - Dijo Alfesel y seguidamente señaló el mandoble que estaba apoyado en el estante detrás del mercante:
- Me interesaría ver esa arma que tenéis apoyada ahí…
El mercante se volvió para ver que artículo le señalaba el joven comprador pero al verlo rápidamente volteó la cabeza mirando fijamente a Alfesel y en tono seco respondió:
- No está a la venta, creo que debería marcharse. Apuntilló el mercante en tono severo.
Dicho esto el mercante recogió las armas anteriormente mostradas y, con suma delicadeza, las depositó en el baúl:
- Voy a ir cerrando ya la parada.
Anunció el viejo hombre, mientras seguía guardando sus productos.
Alfesel no entendió ese cambio de actitud. Pues el sólo se había interesado por una vieja espada:
- Honorable comerciante. ¿Le he ofendido en algo? ¿Hay alguna razón por la cual no pueda ver esa arma? No puedo entender la postura que está tomando y su cambio de humor tan repentino.
El comerciante miró al elfo y haciendo una mueca le dijo que no quería que volviera por su parada, que se marchara y, chasqueando los dedos, le hizo señas para que se fuese.
Alfesel miró al viejo, agachó la cabeza, y vio detrás de aquel extraño hombre la vaina de esa espada que tanto le había llamado la atención por su peculiaridad, a la que no encontraba explicación.
Seguidamente, y viendo que el mercader no estaba dispuesto a razonar, se dispuso a marchar en busca de la posada, decepcionado por no haber podido examinar la espada y su vaina.
Miró a su alrededor buscando la posada “El morro de Rug”.
El guarda tenía ¡razón! la posada no tenía perdida. Allí estaba. En frente suyo.
Se dirigió al establecimiento alegrándose porque por fin, después de varias jornadas de duro e intenso viaje, podría comer bien y dormir cómodo.
Empezó a dirigirse hacia la entrada que era acogedora. Las puertas eran de buena madera y en las losas de piedra de la cabeza del marco de la puerta principal habían grabado la palabra: POSADA. Justo encima de la puerta se encontraba, sujeto a una vara de hierro, el cartel donde se leía el nombre del establecimiento: “El Morro de Rug”.
Subió los escalones y se adentró en la posada. El recibidor era amplio. El suelo era de piedra y las paredes estaban tapizadas en color grana y verde. En frente suyo se encontraba un mostrador para atender a los clientes y a la izquierda de éste, había una gran puerta que conducía al salón comedor; dado que era, más o menos, mediodía la sala estaba llena de gente.
A su derecha había otra puerta abierta, de par en par, que dejaba ver un pasillo con puertas a ambos lados; posiblemente las habitaciones o los cuartos de empleados.
Detrás del mostrador había una joven que atendía a un cliente que, por su vestimenta, se podía deducir que era un alguien adinerado.
Mientras tanto, Alfesel esperaba ser atendido y miró por detrás de la puerta en dirección a la parada de ese mercader extraño. Aquel hombre estaba ya terminando de recoger su puesto y Alfesel pensó una última vez en aquella espada vieja y rota, que tanto le había llamado la atención sin saber, aun exactamente, por qué. 
Cuando volteó la cabeza para ver si ya podía ser atendido, la posadera ya le estaba diciendo, con voz suave y aguda:
- Disculpe Señor, ¿puedo atenderle?
Alfesel rápidamente dijo que si y se dirigió al mostrador.
La mujer era una bella joven con el pelo largo y rubio, los ojos almendrados y de un tono verdoso, la nariz pequeña y respingona y los mofletes, en su conjunto, repletos de pecas. Y con una sonrisa dibujada en sus pequeños y sinuosos labios, preguntó si él estimado cliente deseaba hospedarse.
Al ver el gesto de aprobación de Alfesel, la joven cogió de detrás de ella la llave número nueve y la depositó encima del mostrador, diciendo que la tarifa por noche eran de siete ardabas, evitando mirar al elfo pues se había ruborizado al ver lo apuesto que era.
Alfesel sacó del zurrón una bolsita y puso una moneda de diez encima del mostrador, preguntando al mismo momento:
- ¿Con esto se me incluye la cena y el desayuno?
La recepcionista le miró, por unos instantes, y con una tímida sonrisa en los labios dijo agradablemente que sí.
Después le indicó donde se encontraba su habitación.
- Entre por el pasillo que hay a mi izquierda y encontrará la habitación número nueve en el lado izquierdo del mismo. 
Alfesel se dirigió hacia la habitación que había pagado, cuando llegó se tiró en la cama y con el aroma de las sabanas limpias quedó impregnado de bienestar, se relajó y pudo descansar durante varias horas en un buen sitio, limpio, cuidado, y sin peligro de ser atacado.
Despertó en aquella acogedora habitación de la posada “El morro de Rug”. Se sentía reposado y en condiciones de proseguir su viaje. Miró por la ventana que se encontraba en frente suyo, los débiles destellos del amanecer entraban con fragilidad a través de sus translúcidos cristales.
Sin saber muy bien cuanto tiempo había dormido, se levantó de la cama y empezó a vestirse, se despejó remojándose la cara en la pequeña palangana que la habitación tenía instalada en la esquina derecha, justo al lado de la ventana. 
Terminó de vestirse con ropas más ligeras que tenia de recambio y se dispuso a salir a ver si el comedor estaba ya abierto.
Cruzó el pasillo hasta llegar al comedor, pero éste estaba aún cerrado; decidió volver a la habitación y reposar un rato más.
Volvió a su estancia y se tumbó de nuevo en la cama y mientras esperaba a que abrieran el comedor, pensó en repasar la ruta que Ganix le marcó en el mapa.
                                                                                                       Continuará…