Lo que me inspiró a crear y escribir esta narración, con la ayuda de mi hermano y el apoyo de nuestra madre, fue el recuerdo de todas las noches de imaginación compartida y buenos momentos jugando/dirigiendo, a lo largo de cuatro años, la partida del juego de Rol que creé: Eldmen La búsqueda de los Yirlions.
Iré haciendo las entregas de los capítulos debido a su larga extensión por los largos años de partida realizada y vivida.
Espero disfrutéis con la lectura de esta aventura que nos llevará a recorrer y conocer las fantásticas tierras de Eldmen y los curiosos, peculiares y múltiples personajes que en ellas habitan.
Capítulo I Un inicio
Varios días habían transcurrido
desde su última estancia en una posada, llevaba varias jornadas de camino y le
empezaban a escasear los víveres. Las últimas dos noches las había pasado en
vela huyendo de unos supuestos vendedores de esclavos. Andaba cansado y con los
músculos doloridos por el azote del viento la tierra el sol y la noche, sin
tener que mencionar la huida de los comerciantes de esclavos.
Mientras andaba con pasos lentos
y cansados por aquel estrecho camino que bordeaba la ladera de la montaña
Kreel, entre los pinos los alcornoques y los robles, recordaba lo sucedido en
el pequeño pueblo de Faren.
Aquellas gentes, cuando
descubrieron su condición elfa, lo trataron de maldito y ha golpe de espada y
bastón lo echaron entre persecuciones y maldiciones, sin darle tiempo a
abastecerse de comida agua y descanso reposado para su viaje. Ni tampoco tiempo
ha dar una explicación de por que se encontraba de paso por aquel pueblo. Si
hubiese podido predecir el futuro, jamás hubiese puesto en su sano juicio un
pie en la Aldea de Faren. Para colmo ya había pagado una habitación en la
posada de Chanco chancas. La mejor según aquella mujer, que días atrás encontró
junto a las puertas de la muralla de Faren vendiendo hierbas para curar migrañas
y cólicos intestinales, que de nada mas servían. La misma que chillo como una
loca obsesiva, para que le cortaran las orejas ha aquel elfo indigno y que lo
quemaran con aceites bendecidos por los dioses a los que esas gentes adoraban.
Por suerte pudo huir de allí sano
y salvo, con la fortuna de no tener que derramar sangre, pues su destreza le
permitió escapar por los tejados y las calles de Faren, hasta llegar a los
bosques que bordeaban la zona meridional de Kreel.
Desplazose por aquel bosque
espeso durante dos jornadas y media seguidas, descansando al caer la noche en
las copas de los pinos.
El Tercer día al atardecer, des
de su huida en Faren, fue emboscado en el cauce del río Vlar por media docena
de hombres, una especie de mercenarios, o algo así. Estos lo agredieron,
atacándole con Dardos trampas y otros artilugios de caza.
Los primeros en saltar sobre el
portaban grandes espadas de acero, seguramente templado en alguna forja de el reino
de Ytea dado que la hoja terminaba en hoz en vez de terminar en pico. Estos
atacaron sin piedad alguna, tapando sus rostros con aquellos yelmos de cuero
bruñido con estampaciones en bronce.
No tuvo más remedio que
desenfundar las dagas que siempre colgaban de su cinto y como dos destellos,
las dagas bloquearon las vastas armas de los supuestos mercenarios, y sin
perder el equilibrio desviando el golpe del que ataco por su flanco derecho,
haciendo tambalear a su adversario hacia delante. Aprovecho y con la mano
derecha libre, golpeo con el interior del filo en la caja torácica del enemigo,
hendiendo el filo de la daga elfa, forjada a partir de una aleación que solo
esas gentes conocen.
Y con aquel golpe seco, perforo
el arnés de cuero y el coselete de bronce hasta penetrar en la carne del
enemigo, partiendo varias costillas y llegando al pulmón. Derribando así al
primer enemigo, se dispuso a terminar con el siguiente, que aun mantenía el
acero pegado al de su daga, este gritó una especie de señal, un graznido en un
dialecto desconocido para el. A sus espaldas aparecieron dos más, de detrás de
unas cornisas a no demasiada altura, armados con cerbatanas y arcos. De sus
flancos diestro y siniestro aparecieron dos más de entre los matorrales, con
unas hondas.
No tubo tiempo para pensar, al
verse rodeado por aquella especie de mercenarios que le habían atacado sin que él
les hubiese dado motivos y solo siguiendo un impulso que surgía de su
interior, golpeó con el mango de la daga la garganta del adversario con tanta
ferocidad que le hundió la tráquea. Este soltó la espada y cayo al suelo
tosiendo y esputando sangre por la boca, medio ahogado.
No le remató...
Teniendo ya abatidos los que le
habían atacado al cuerpo a cuerpo, guardó las dagas y se agazapó junto ha la
roca que le había cubierto de los proyectiles, lanzados por los demás
mercenarios, ahora enfurecidos por que sus compañeros yacían cerca del elfo.
Sacó su arco de caza y cogiendo
una de las flechas que fabricó unas semanas atrás con las ramas de aquel cedro
y las plumas de azor que le entregó su amigo Gánix. Extendió el arco y con todos los sentidos a flor de piel disparó una
de las 19 flechas que le quedaban en el carcaj.
Acertó en el hombro izquierdo del
enemigo que venia por su flanco derecho. Justo antes de que este lanzara con la
honda el proyectil. Que al impactarle la flecha, perdió la estabilidad y la
fuerza con el brazo. La piedra le golpeó la pierna haciéndole caer al suelo de
bruces.
Sin darle tiempo a ver como caía
el enemigo, recibió un golpe en la pierna por una de las piedras lanzadas con
la honda del que venia por su flanco izquierdo. Esta le golpeó con fuerza, pero
no con la que venia lanzada, pues la piedra choco contra la roca y rebotó contra el muslo de el elfo. De este modo lo que hubiera sido un hueso
machacado, fue tan solo un buen moratón.
Mientras, los dos mercenarios que
estaban situados en las cornisas lanzaban flechas y dardos venenosos contra el
elfo. Este se cubría detrás de la roca, cerca de sus compañeros que yacían de bruces
en el suelo.
Alfesel meditó un instante
pensando si debía enfrontar a los atacantes o escapar y no tener que derramar
más sangre de un modo banal y absurdo. En ese instante oyó un fuerte esputo,
giró la cabeza y vio que uno de los dos enemigos abatidos, exactamente el que
recibió el golpe en la tráquea. Intentaba reincorporarse mientras con la mano
izquierda buscaba la espada a tientas. Entre dientes el mercenario soltó un
murmuro, que Álfesel oyó perfectamente como si hablara con una voz clara y concisa,
pese a estar con la boca chorreante de bilis sangre y saliva.
- Maldito Elfo,
no sabes con quien te enfrentas. Llevamos varias jornadas siguiéndote el rastro
y ahora no te nos escaparas ¡¡¡¡escoria!!!! Por los seres como tu, dan un
buen precio los nobles de ciertos países. Y no eres el primero que
capturamos...
Al oír ese murmuro tan claro en
sus oídos Álfesel maldijo aquel mercenario y una sensación, que recorrió todo
su cuerpo. Como si por sus venas corrieran alfileres ardientes que le sofocaban
y le hacían perder la razón, imbuyéndolo en cólera, al oír esas palabras.
Agarrando la flecha con la
diestra, se abalanzó sobre el cuerpo del mercenario que aun buscaba su arma a
tientas. Clavándole la flecha que sujetaba, en el cuello rollizo de aquel
bárbaro desalmado.
Así pues abatió a su adversario y
justo cuando el cuerpo de su enemigo caía al suelo y las plumas de la flecha
clavada, le rozaban la yema de los dedos mientras se desplazaba junto con el
cadáver, Álfesel recobró la serenidad y ese ardor interno se apaciguó de golpe
con otra sensación, un pinchazo que le recorrió por detrás de las orejas.
Entonces sin pensarlo empezó a
correr hacia el bosque frondoso, esquivando las flechas y los dardos que le
disparaban desde retaguardia, hasta adentrarse en el frondoso bosque, no miró hacia atrás, una vez estuvo entre los arboles, se sintió seguro y a salvo.
Durante unos instantes mientras avanzaba a largos trancos por esos bosques,
seguramente mas jóvenes que el, oyó a lo lejos el murmuro y las maldiciones de aquellos
bárbaros que ahora, gritaban al cielo reclamando venganza y jurando a viva voz
que darían muerte al mal nacido que había arrebatado las vidas de sus dos
camaradas.
Aceleró el paso, para perder a
esos bárbaros. Tendría que procurar dejar el menor rastro, posible.
Aunque esos mercenarios, lo
habían encontrado, sin que él se pudiera dar cuenta...
Llegó la noche y unas nubes
oscuras tapaban la luz de la luna, Álfesel no aminoró el paso, y se pasó toda
la noche y el siguiente jornal, sin descanso, comiendo lo mínimo y procurando
no dejar huellas.
Al menos pudo llenar el odre de
piel de cordero, en el cauce del río Vlar.
Al caer la noche paro al pie de
un roble bastante mayor. Este tenía el tronco dividido en dos, haciendo un
espacio entre las raíces y el tronco. Bastante ancho y resguardado, pensó que
seria un buen lugar para descansar unas horas mientras pasaba la noche, dos
días hacia desde el encuentro con esos mercenarios vendedores de esclavos y no
los había vuelto a encontrar, seguramente les había sacado una buena distancia
de camino, de todos modos se mantuvo en duermevela durante unas tres horas y al
sentirse mas recuperado del cansancio, decidió seguir.
Llevaba un buen trecho andado des
de su pésimo descanso, en aquel roble viejo y sabio y notaba que sus piernas le
flaqueaban, siguió el camino bordeando la ladera hasta llegar a una bifurcación
de caminos. Se paro en el crucé pensativo, si saber muy bien que dirección
tomar: entre el cansancio y el sobreesfuerzo echo los últimos días, no tenía
muy claro que hacer, se mantuvo de pie en medio del camino dubitativo. Se
preguntaba a cuanta distancia se encontrarían sus perseguidores, si sus
cálculos no fallaban un jornal y medio de camino, quizás un poco más si tenia
en cuenta que debieron dar sepultura a sus compañeros. No estaba seguro de
ello, pero poco le importaba, miró de nuevo el cartel que se sujetaba clavado
en el pino que crecía justo en el cruce. Un camino llevaba hacia el Noroeste
camino hacia la sierra Estecos y el otro al Sur dirección Trusm: Ciudad de
antiguos reyes, ahora derrocados por el imperio de Etroen.
Sacó del zurrón el mapa que Gánix
le había dado antes de partir, era un mapa de la zona hasta llegar a Condland,
tenia claro que se dirigiría hacia el norte, pero quería saber a cuanta
distancia estaba el siguiente pueblo.
En el mapa que le dió su viejo
amigo, le aparecía marcado un pequeño pueblo (llamado Durm-Ado) al descender la
ladera justo por la parte septentrional de Kreel, desde el cruce en el cual
estaba situado se encontraba a medio jornal de camino hasta llegar a Durm-Ado.
Enrolló el mapa y lo guardó de
nuevo en el zurrón, sacó la última porción de pan seco que le quedaba en la
mochila y echó un trago al odre: medio vacío, se sentó debajo del pino que
dividía los caminos, mientras terminaba de masticar aquel pan seco. Pasó una
larga hora tendido bajo la sombra del pino mientras escuchaba el sonido del
viento acariciar las hojas, el recuerdo de un tiempo pasado le inundó la mente,
sentado bajo el abrazo de aquel árbol recordó las tardes de otoño en los
bosques rojizos de Edrev, los ríos caudalosos descendiendo de los manantiales
de Edril...
Abrió los ojos dándose cuenta de
que se había sumergido en un profundo sueño, miró el cielo ya con un tono
rojizo y violeta, el Sol descendía por poniente, y a él le quedaba aún un largo
trecho hasta llegar a Durm-Ado.
Se irguió y sacudiéndose las
ropas, un poco raídas por el viaje, continuó su marcha rumbo Noroeste. Andó un largo trecho por aquel
camino solitario escuchando el canturreo de los árboles acunados por la suave
brisa de verano junto con el cantar de los múltiples pájaros, mientras el Sol
iba escondiéndose por el horizonte hasta que al final la noche cubrió con su
oscuro manto el cielo y la luna con su pálida luz difuminaba las sombras, entre
las ramas de los altos arboles que bordeaban el camino dirección Durm-Ado.
Álfesel siguió su ruta, no tenía
pensado pararse hasta llegar al siguiente pueblo donde ya procuraría echarse un
largo y merecido descanso en alguna buena posada. Se cubrió la cabeza con la
capucha de la capa y aceleró el paso por aquel estrecho camino, camuflándose
entre las sombras del bosque y la noche.
El sol nacía en levante dando una
cálida bienvenida, Álfesel ya vislumbraba el pueblo bajo la ladera, este más
grande que el último.
Antes de llegar a las puertas de
Durm-Ado paró un rato a reposar cerca de una ermita, desde allí veía el
pueblo, era bastante parecido a Faren en el tipo de edificación, casas bajas de
piedra y madera, con techos de pizarra negros y empinados.
Mientras terminaba de beberse el
agua que le quedaba en el odre y reposaba un poco viendo el sol despertar.
En su pequeña parada en aquella
ermita antes de llegar a Durm-Ado,
Esperó que en aquel pueblo no
odiases a los de su raza y retomó el camino, saliendo de los bosques y bajando
la ladera septentrional de Kreel.
Una basta llanura se extendía
lejos, hasta ver al final la macha de Estecos muy difuminada por la lejanía.
Bajó el camino hasta llegar a la puerta
meridional de Durm-Ado, allí en la puerta se situaban dos guardas con largas
lanzas y escudos que les cubrían desde las rodillas hasta sus hombros, estos
con una insignia, una especie de toro atado a una hoz por la cornamenta, o algo
semejante, el símbolo de algún señor de aquellas tierras.
Al llegar a la puerta, uno de los
guardias, se acercó a él y le soltó una pregunta en una lengua desconocida para
el elfo.
-szneal, uk uktag?
Álfesel, con todo su respeto comunicó
en común que no entendía el idioma de la zona. Entonces este al oír la
explicación del foráneo, hizo una mueca y tradujo al común su pregunta.
-¿De dónde vienes forastero?
Álfesel que iba con la capucha puesta,
miró la cara del guarda, esta con una larga barba rubia con un tono rojizo, que
junto con el yelmo de acero, le tapaba completamente el rostro.
-Vengo de Faren y llevo varios días de
viaje, terminé mis provisiones y esperaba poder repostar en alguna posada de
vuestro humilde pueblo, e intentar comprar algún caballo, pues el último que
tuve fue herido mortalmente por unos asaltadores de caminos.
Álfesel calló después de dar la respuesta
mirando al cielo y recordando a Ethiel: Su antiguo caballo.
El guarda lo miraba
atento y con calma y eso lo tranquilizo bastante. Por último el guarda añadió.
-Bien puedes pasar, pero debo
advertirte que no está permitido utilizar las armas dentro del pueblo. Así que
deberás depositarlas en nuestro cuartel. A no ser que tengáis el permiso del
señor de Erriughan, entonces podría dejaros pasar las armas.
No le hacía mucha gracia tener que
desprenderse de sus armas, tampoco tenía el permiso del señor de esas tierras
así que tuvo que ceñirse a las normas de la región en la que se hallaba; las
circunstancias lo requerían.
Miró al guarda, buscó sus ojos
escondidos debajo de aquel yelmo, escudriñando hasta vislumbrar el brillo de la
retina de aquel curtido guarda contestándole al mismo tiempo.
- Me temo que no estoy en la posesión
de dicho derecho, si sois tan amable de conducirme a vuestro cuartel,
depositaré allí mis armas.
El guarda miró al elfo y haciendo un
gesto con la mano dijo.
-Sígueme, se encuentra detrás de la
muralla.
El guarda cruzo la puerta de Durm- Ado
mientras le comunicaba a su compañero
algo en su idioma.
Álfesel le siguió con calma, cruzando
el alto marco de las puertas de Durm-Ado, el guarda giró a la derecha y entró
en una caseta pegada a las murallas. Una vez dentro del cuartelillo, el guarda
le señaló donde podía depositar sus armas mientras sacaba una tableta de madera
de pino, en la que empezó a grabar con
un cincel.
Álfesel depositó con cuidado en el
lugar indicado por el guarda sus dos dagas y el arco junto al carcaj. Después
se giró mirando al guarda como apuntaba sobre la tablilla.
-¿Algo más señor?- Pregunto Álfesel
encogiéndose de hombros mientras esperaba la respuesta de aquel hombre, ahora
con la barba llena de virutas de madera.
-Sí por último necesito, que me digas
tu nombre para apuntarlo aquí.
-Me llaman Álfesel.
El guarda frunció el ceño: Ahora
visible dado que se había quitado el yelmo para escribir. Añadiendo:
- ¿Vienes
de muy lejos no? No había oído jamas ese nombre por aquí.
Álfesel titubeó un instante recordando
lo sucedido en Faren, pensó que allí también podría ser tratado de un modo
similar. Estaba en sus pensamientos
decidiéndose en si decir la verdad o inventarse su procedencia, cuando
de repente el guarda hizo una mueca y dijo:
- Tranquilo Álfezel, es evidente
que no sois humano. No creas que somos como en Faren. Distinguí que eras elfo
antes de que cruzaras las puertas.
Y soltó una risa floja por debajo del
bigote rubio, añadiendo.
-Aquí en Durm-Ado no hay culto a ese
dios, por el cual te atacaron allí.
Álfesel respiró más tranquilo y
respondió con voz apacible.
-Es una buena noticia para mis oídos,
os doy las gracias.
El guarda le tendió la tablilla ahora
marcada con unos símbolos y Álfesel la cogió.
-Cuando partas de Durm-Ado, entrega
esta tablilla al guarda que se encuentre aquí, y el te devolverá tus armas.
-Gracias-Dijo Álfesel bastante
satisfecho por saber que podría andar tranquilo por aquel pueblo.
-¡No hay de qué!
-¡Por cierto!- replicó el guarda:
-Si buscáis una buena posada
encontrareis una en el centro del pueblo llamada Morro de Rug. Es conocida por
todos en la comarca. No tiene perdida.
Y con estas palabras el guarda se
levantó y se dispuso a acompañar al forastero hacia la puerta de salida de
aquel pequeño cuartelillo.
Álfesel salió del cuartel mientras el
guarda le indicaba que calle debía tomar para dirigirse hacia la posada, que el
mismo le recomendó. Álfesel le dio las gracias y se dirigió hacia la dirección
que le indicó el Guarda.
(Continuará)